EL VIEJO ÁRBOL

Era una tarde bochornosa y quieta. El sol se escondía entre las montañas.

Miguel corría por el bosque cual cervatillo salvaje.Su cara tiznada de hollín, sus ropas raídas, le hacían libre como el viento.

Sus enormes ojos se fijaron en un viejo árbol cuya madera apolillada se deshacía en polvo.

El niño quedó estupefacto cuando se percató de que el árbol estaba llorando.

Sus lágrimas humedecían las hojas caídas mientras producía un sonido a modo de musiquilla.

El muchacho le dirigió una tenue sonrisa y entonces le preguntó:

_ ¿por qué estás llorando, viejo árbol?

_me estoy muriendo. Le contestó.

_¿ Cómo lo sabes? Los árboles duran muchos, muchos años.

_ Lo sé, ya no me brotan ramas nuevas, mis hojas se han secado y mi madera…

mira , mira como está mi madera…

El niño se quedó firme, se sentía fatal, fuera de sitio.

¿ Cómo poder ayudarle?

Se abrazó a él mientras se concentraba en recuperar el aliento.

La noche empezaba a caer. Los dos se miraron un momento sin atreverse a decir nada. Miguel se recostó contra el árbol y prometió que le cuidaría, que se quedaría allí. Cerró los ojos y se durmió.

El viejo árbol rodeó su menudo cuerpo con sus débiles ramas y lo acurrucó contra sí. Y durante un instante se sintió seguro, fuerte, casi pleno de felicidad . Se unieron finalmente, en la oscuridad y el solemne silencio del bosque, como si fuesen un sólo contorno; Y en ese instante mágico un rayo les invadió a ambos y se petrificaron ante el cielo cóncavo y refulgente.

 

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